27/11/14
El llanto del bebé es un grito pidiendo ayuda (y su futuro dependerá de nuestra reacción)
Hace cosa de dos meses os explicamos por qué el llanto del bebé es uno de los ruidos más insoportables que existen. Nos molesta, queremos que se silencie. Es un ruido tan insoportable que no puede tener otro objetivo que lograr que atendamos al bebé.
Sin embargo, esa sensación inconsciente que se produce en nuestro cuerpo, ese instinto de querer acallarlo, puede controlarse de manera racional si nos creemos que lo hacen para tomarnos el pelo, para controlar nuestras vidas o si pensamos que el hecho de atenderles hará que sean personas totalmente dependientes de nosotros, el resto de su infancia y probablemente de sus vidas. Es decir, a pesar de que el llanto del bebé molesta muchísimo, si los padres están convencidos de que no deben atenderlo, esperarán, le dejarán llorar. Grave error: el llanto del bebé es un grito pidiendo ayuda y su futuro dependerá de nuestra reacción.
"No lo cojas, que lo vas a acostumbrar"
Bebés que acaban de nacer pasan horas llorando en sus cunas porque alguien ha explicado a sus padres que si lo cogen, lo van a acostumbrar a eso, y cada vez llorará más. Ya en el mismo hospital, al día siguiente de nacer hay niños que sufren por culpa de las alertas de los familiares o del personal del hospital.
Hay mujeres y hombres que tienen sus instintos muy desarrollados y que sienten que deben cogerlo. Sufren al verles así y les cogen, a pesar de lo que les digan. Otros, sufren también, pero más acostumbrados a obedecer, o más acostumbrados a anular sus propias sensaciones, tratan de hacer caso pensando que hacen lo mejor por sus hijos no atendiéndoles.
El problema es que no haciendo caso al niño se pone la primera piedra para lograr exactamente el mismo efecto: que los niños empiecen poco a poco a no hacer caso a sus sensaciones y emociones, a anularlas. Los niños que lloran y nunca son atendidos dejan de llorar, la procesión va por dentro. Sufren, pero no lloran. Para qué quejarse.
Lo curioso es que el acostumbramiento a los brazos de los padres, a ser atendidos, consigue el mismo efecto: los niños que pasan mucho tiempo con sus padres, que son atendidos de manera temprana, tampoco lloran. A veces lo hacen, es cierto, pero lloran mucho menos que aquellos bebés cuyos padres les dejan llorar para que no se acostumbren.
¿Por qué? Porque como digo el llanto de un bebé es como un grito de ayuda. Es la única manera que tiene de pedir lo que necesita, sea comida, sea frío o calor, sea un poco de cariño, sea dormir, sea que está asustado por algún ruido o sensación, etc. No tiene otra manera de pedir ayuda y lo hace de ese modo esperando que, por favor, cuanto antes, le calmen.
Ellos no conocen la fuente de su malestar, ellos no saben cómo calmarse y por eso lloran cada vez más. Por eso nuestro deber es ayudarles a encontrar la solución. Obviamente, tardarán meses, en ocasiones, años, en ser capaces de entender sus sensaciones y de saber qué necesitan hacer para solucionarlo. Un bebé llora de hambre, pero cuando tiene un año ya no lo hace, pues señala la comida para decirnos que quiere comer. Un bebé llora cuando siente frío, y es posible que con un año también lo haga, por no tener claro que necesita un jersey para evitar el frío. Un bebé llora cuando necesita cariño, pero cuando tiene un año lo soluciona buscando los brazos de mamá y papá. Solo llora entonces si éstos consideran un error cogerle en brazos o si no juegan con él cuando les pide tiempo juntos.
Quiero decir con esto que el llanto de un bebé no es algo que hagan para molestar, tomarnos el pelo ni nada por el estilo. Lo hacen porque tienen una mala sensación y nos piden ayuda para aliviarla. De nosotros depende que les propongamos la solución, cuanto antes, para que poco a poco ellos vayan sabiendo cuál es (o cuáles son, porque a medida que crecen descubren múltiples soluciones para un problema), o que neguemos su sensación para que ellos, poco a poco, vayan haciendo menos caso a su capacidad de entenderse a sí mismos.
Pero, ¿qué peligro hay? El hambre es hambre siempre
Es posible que os hagáis esta pregunta: pero, ¿qué peligro hay? El hambre siempre es hambre, el frío siempre es frío y la sed siempre es sed. Cualquier persona adulta sabe qué es y sabe cómo calmarla. Y es cierto. Esas sensaciones las aprenderán los bebés sí o sí, cuando crezcan. Ahora bien, no es el hambre lo que nos tiene que preocupar, sino el mundo de las emociones, de la comunicación, del cariño y del afecto.
Imaginad un niño que llora por las noches porque no quiere ni puede dormir solo. Es fácil de imaginar porque la gran mayoría de los bebés lo hacen. Imaginad que no le hacemos caso, que pasamos de él, porque nos dicen que debemos conseguir que sean independientes.
Lograremos que deje de llorar, pero no porque el niño ha aprendido a estar solo, sin nuestra ayuda, no porque ha dejado de necesitar compañía, sino porque ha aprendido a no escuchar su necesidad de estar acompañado. ¿Es esto lo que queremos para nuestro hijo, que no haga caso a sus ganas de estar con otras personas? Porque los humanos somos seres sociales, funcionamos mejor en grupo, porque cuatro ojos ven más que dos y porque un grupo consigue mucho más que la suma del trabajo de sus individuos por separado. No tiene ningún sentido que enseñemos a nuestros hijos lo contrario, que solos estarán mejor.
Es solo un ejemplo, pero siguiendo con él, dejar a los niños llorando por las noches puede derivar en problemas de sueño meses o años después. Terrores nocturnos, pesadillas, despertares continuos. La emoción sigue viva, la necesidad de dormir acompañados sigue apareciendo, el miedo a la soledad, el terror a la oscuridad. Lo que no aparece es la solución, porque ésta sería llamar a papá y mamá y que ellos durmieran con él, pero si desde siempre le han enseñado que esa sensación no se soluciona así, que no es una sensación a tener en cuenta, que debe anularla, ahogarla, el malestar debe salir de algún modo, y normalmente sale en forma de problemas para conciliar el sueño o para mantenerlo.
Las emociones de los niños
Si pensamos ya a nivel más global, a nivel de relación, pasa algo similar. Las personas que mejor se han relacionado con sus padres, que han sido atendidas, que han visto sus necesidades de cariño y afecto escuchadas, comprendidas y respetadas, no tienen problemas en expresar sentimientos, en entender sus emociones y en hablar de ellas. Saben amar. Las personas que han tenido más problemas en las relaciones, que no fueron atendidos cuando lloraban, que no aprendieron a calmarse de pequeñitos, porque nadie les enseñó, tienen más dificultades para controlar el estrés y la ansiedad y más problemas para entender lo que sienten y para expresarlo. Son esas personas que difícilmente confían en los demás, que prefieren estar solas para no correr el riesgo de fracasar o de que les hagan daño y que, cuando forman parte de una relación, tampoco son capaces de abrirse.
Son tantas las emociones anuladas de pequeñitos, son tantas las heridas que nadie solucionó, son tantas las cicatrices y tantos los recuerdos que evitan evocar en la edad adulta, porque incluso entonces se sienten desprotegidos y vencidos, y les duelen, que han aprendido a encapsular todas las lágrimas que nadie ayudó a calmar, pese a que el efecto secundario de ello es que sus corazones se hacen un poco más duros e impenetrables.
Debe saber que la vida es dura, y que no puede tenerse todo al instante
Es cierto, la vida es dura y nadie puede tenerlo todo al instante, pero esto es algo que los niños tienen que aprender, por sí mismos, cuando tienen ya unos años y que no dejarán de aprender hasta que mueran. La vida tiene varios golpes preparados para todos, golpes que llegarán seguramente cuando menos los esperemos. El cómo los enfrentemos, el cómo los vivamos, dependerá en gran medida de cuán sana esté nuestra mente, nuestro corazón y cuán estable esté nuestro mundo emocional. Hay gente tan equilibrada que es capaz de hacer maravillas con muy poco, encontrando siempre soluciones a los problemas y partes positivas allí donde parece no haberlas. Hay gente tan poco equilibrada que al mínimo problema se viene abajo, sintiendo que todo el universo se conjuga en su contra y que no hay nada que puedan hacer por salir de ello.
¿Qué personas queremos que sean nuestros hijos? Pues eso, debemos ayudarles a seguir sintiendo, ayudarles a comprender sus emociones y ayudarles a encontrar soluciones. De pequeñitos, es cosa nuestra. A medida que vayan creciendo, ellos mismos irán viendo cómo solucionar sus necesidades de cariño, de afecto y de comunicación (normalmente, pasando mucho tiempo con nosotros). De nosotros depende en gran medida. Cada vez que tu hijo llore, cada vez que con sus lágrimas te grite pidiendo ayuda, acude. Trata de comprenderle, trata de ponerte en su lugar, de entender su sufrimiento y de poner palabras a sus emociones, para que las entienda, las valore, sepa que le entendemos y vea qué decisión tomar. Él aprenderá de nuestras soluciones y se sentirá importante, escuchado y querido. Vamos, la base de una buena autoestima y de la confianza en uno mismo.
Repito: de nosotros depende.
Fuente: http://www.bebesymas.com
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