Ayer mismo comentaba por Twitter con otra madre que mi hijo, a pesar de no tener aún ni 11 años, un día que me acerqué a dónde estaba con sus amigos me susurró “mamá que me estás avergonzando”.
Esto no me ha causado ningún trauma (al menos evidente), y además en casa tenemos buena comunicación y estas cosas las banalizamos después y nos reímos de ellas… pero da que pensar.
Como también da que pensar que críos de la edad del mío queden a cenar un día a la semana, pero no en casa de alguien, sino en un bar, y que ocupen sus tardes en pasear mochila a la espalda y smartphone en la mano.
Bueno, no soy tan panoli como para creer que hacen algo malo paseándose, pero lo del bar y lo del móvil me descolocan. Con la madre de un amigo hablamos y decimos “con lo felices que son los nuestros explorando caminos de montaña y aventurándose con las bicis”. Si es que no es que los tengamos encerrados, pero el disfrute de su libertad, pasa más por actividades propias de la infancia, ya sabéis, jugar en libertad, etc.
Bueno, a veces también se meten en casa de alguien en la que no hay presencia adulta y ven videojuegos que yo no autorizaría aquí, pero mi responsabilidad ahí está difusa. Si vienen aquí, ya saben que no podrán ponerlos en nuestra consola, pero hay otras posibilidades, y además mis meriendas no están nada mal.
Sé que la infancia es la época para experimentar, para aprender jugando, para desarrollar habilidades sociales que después perfeccionarán, para tener protección y el amor incondicional de los adultos…
Y de un plumazo casi nos la cargamos: entre nuestras exigencias, la escolarización temprana, los estímulos externos a la familia que ni analizamos ni son inocuos, y la presión del entorno y sociedad, favorecemos personitas que biológicamente tienen una edad aunque comportamentalmente parecen tener otra. Como muestra un botón: hace poco la hija de una conocida se escabulló de la fiesta de fin de etapa - Primaria / 12 y 13 años - porque sus amigos lo celebraban con un botellón.
Otra cosa es que según estudios (que comentaré en otra ocasión) la pubertad parece estar adelantándose, es decir desde el punto de vista biológico si que se ha contrastado un desarrollo precoz. Esto también es complicado porque el niño o niña tienen que lidiar con un cuerpo de mayor en una psique de peque, pero como os digo mi tema de reflexión hoy es otro.
Además los adultos somos contradicción (generalizo ¿eh? no os molestéis conmigo por favor) en estado puro. Les compramos un smartphone caro con 10 años - para que lo rompan en pocas semanas -, pero los tenemos hiper protegidos vigilando con lupa sus movimientos desde que sale de clase. ¿En qué quedamos?
Y si me da que pensar que los niños parecen estar “adelantados” (como podríamos decir vulgarmente), aún sorprende más que la adolescencia se prolongue en el tiempo. ¿Qué sentido tiene pretender que nuestro niño “queme etapas” y crezca pronto, si después tiene 25 años y se comporta como un adolescente caprichoso y consumista? Aquí hay algo que no me cuadra.
Fuente: http://www.pequesymas.com
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