Estamos pasando una temporada bastante complicada en cuanto a salud se refiere en la familia, y desafortunadamente a la vuelta de las vacaciones hemos sabido de padres o madres de amigos o compañeros de mis hijos que han sido diagnosticados de cierta gravedad. Esto unido a que pasamos los días pendientes de un hilo porque el nuevo primito se ha empeñado en nacer mucho antes de tiempo, hace que buena parte de nuestras conversaciones giren entorno a los hospitales, las ambulancias, las enfermedades.
La noticia de que una amiga va a ser operada de un cáncer de pecho ha caído como un jarro de agua fría, pero ¿y sus hijos? ¿cómo lo afrontarán? El pequeño solo tiene 11 años y ha sido difícil contárselo, o más bien ha resultado difícil encontrar el momento y la forma de hacerlo. Es comprensible puesto que hasta hace no mucho es una enfermedad que se intentaba ocultar, aunque los efectos de la quimioterapia son evidentes cuando el paciente sale a la calle. Por otra parte existe el pensamiento erróneo de proteger la inocencia y la felicidad de los menores, llegando en ocasiones al padre o madre a alejarse durante el tratamiento para que “los niños no sufran”.
Pero nada más lejos de la realidad, porque además de sufrir sienten una tremenda incertidumbre y pueden llegar a estar resentidos con sus progenitores por haberles mentido
La verdad por delante
Sed honestos con vuestros hijos, porque de todas formas acabarán sospechando (cuando no sabiendo) y porque su percepción se puede distorsionar al no saber la verdad, causándole muchísima más angustia sólo por lo que se puedan llegar a imaginar. Además ocultar una noticia así desgasta mucho, porque siempre se le tiene que estar dando vueltas a todo para no ir a parar al secreto, o se debe hablar en voz baja cuando llaman los abuelos a preguntar, o no se quiere dejar pasar una visita por miedo a que salga el tema y el niño se entere.
En general mantener mentiras es muy cansado
Otra cosa es que cuidéis el lenguaje según la edad del pequeño, y que es necesario buscar un momento de reunión familiar, o como mínimo tranquilo, para darles una noticia así. Por ejemplo según nos cuentan en una Guía de la American Cáncer Society, los niños pequeños (hasta ocho años) no necesitan tener demasiados detalles sobre el tipo de cáncer y los tratamientos, y tampoco necesitan anticipación sobre los efectos.
Sin embargo un preadolescente querrá saber (probablemente) dónde está el tumor, cómo nos afectará el tratamiento, quién se va a ocupar de ellos, qué cosas no podrá hacer su papá o mamá enfermos, y otros detalles que tendemos a ocultar. Es mucho más sencillo de lo que parece, y la reacción a esperar será mucho más relajada que si se entera después de un tiempo de haber intentado ocultarlo (¿cómo os sentiríais vosotros?).
Hablar pero con prudencia
Por otra parte no queremos abrumar a nuestro hijo con demasiada información, esto podría generar cierta incertidumbre. Imaginaos tener que contar: qué nos pasa, qué nos ha dicho el médico, cuándo y cómo voy a tratarme, qué efectos tendrá el tratamiento, quién nos va a ayudar, cómo esperamos que cambiarán sus vidas mientras dure el tratamiento, cómo os queréis organizar para que el impacto en su cotidianidad sea mínimo.
Se trata de racionalizar el aporte de información, y de organizarla de forma que puedan llegar a tenerla más o menos toda, pero por partes, no hace falta contarlo todo en un día. Cuando estés preparado te sientas junto al niño, le dices qué te pasa y qué te ha dicho el médico… dejas que te preguntes. Otro día, aprovechas que visitáis a esa amiga que lo llevará a los entrenamientos cuando tu no puedas y le haces partícipe de los planes que tienes para que pueda seguir adelante con una vida alterada pero con pretensiones de normalidad… deja que él también tenga ideas, quizás sean de ayuda.
Prudencia es también hablar de aspectos del tratamiento que muchas veces “aparcamos”: no sólo es que a uno se le caiga el pelo, es que las otras molestias pueden ocasionarnos cambios en el carácter, ¿no pensáis que esto también deben saberlo los niños?, de los contrario se sentirían muy confusos con el malhumor de papá o mamá.
No te apartes
Bueno, es una decisión muy personal, pero marcharse a otro lugar para que los niños no vean como vomitas o no te vean llorar cuándo te miras al espejo, no es la mejor solución desde mi punto de vista. Que estén contigo en esas condiciones no es agradable, pero ellos asumen con facilidad que si son parte de la familia, lo son incondicionalmente; además el enfermo tampoco acabaría de sentirse bien lejos de los suyos.
Quizás tengas que pedir apoyos extra, quizás tengas que hablar con los profesores de los hijos, quizás tengas que aceptar ver como son otros padres los que los llevan al cine el sábado; pero tener cáncer (u otra enfermedad grave) no debería ser un motivo de vergüenza.
Otra cosa es que los niños necesitan aferrarse a la seguridad de sus actividades habituales, aunque para mantenerlas debas recurrir a amigos, vecinos, abuelos, tíos etc. Hoy en día parece que todos tenemos un poco de miedo a pedir ayuda, y también al compromiso, a ayudar… pero forma parte de nuestra naturaleza. Además los adultos somos mayorcitos para decir que no si no nos viene bien ayudar (digo esto porque nos solemos hacer mil cábalas sobre qué pasará si llamo a fulanito, cómo reaccionará), no pasa nada, siempre habrá alguien dispuesto, y en general estas cosas fluyen con cierta facilidad.
¿Cómo reaccionará mi hijo?
Eso si que es imprevisible: lo sabrás cuando se lo cuentes, pero no te extrañes si presenta un comportamiento diferente, si se vuelve rebelde, si se retrae, si duerme mal o mucho, si de repente tiene miedo a estar solo, si se aísla y no cuenta sus cosas cómo se siente.
Tendrás que entenderle y aceptarle, tendrás que adivinar si no habla, y respetar que un día no tenga hambre, deberás ponerte en su lugar. Y sobre todo deberás pedir a los otros adultos que tratan con él mucha comprensión. Y tener mucha, mucha paciencia … os vendrá bien a todos.
Casi acabando, quería comentar que a veces parece una broma de mal gusto que alguien quiera hablar de la parte positiva de las enfermedades, sin embargo ahí está. Realmente se valora más cada día que pasa, y las cosas sencillas cobran sentido. Por no hablar de los lazos que se estrechan cuando los demás ayudan desinteresadamente, y la sensación de que es así como deberíamos vivir: traspasando las barreras físicas de la casa de cada cual y sabiendo cooperar con los demás, ayudando y dejándose ayudar.
Ahora sí que voy finalizando, esto no deja de ser un mensaje de ánimo a R. y a su familia (todo saldrá bien, seguro), y un reconocimiento a mis hijos que han llevado con tanta entereza una situación difícil para ellos, a todos los que nos habéis ayudado; y a los que a pesar de estar malitos estabais pendientes de los demás.
Fuente: http://www.pequesymas.com
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